Invasión
Parte 2: Decisiones
-Vamos.- dijo secamente el rey mirando inexpresivo el horizonte.
Neo dio la orden y las tropas de Ismantos comenzaron la marcha. La ciudad, vacía de civiles, estaba custodiada por pocos guardias ya que Fraentos creía que no tenía sentido dejar un gran número de guerreros, cuando eran necesarios en el frente. Atravesaron kilómetros y kilómetros hasta llegar finalmente al lugar de encuentro; el límite de Las Praderas de Ensueño.
Estas praderas rodeaban la ciudad de Ismantos y eran un lugar tranquilo, solitario y su pasto era tan suave que servía de lecho para descansar. El aire anteriormente llegaba perfumado de los jardines del rey, provocando un estado de ensueño. Sin embargo ahora, debido a la cercana batalla, el aire era seco y frío.
Nadie se percató de que su rey había desmontado su enorme lobo plateado, al cual adoraba. Algunos tardaron en entender como es que una gigante muralla de tierra se elevaba a los costados de las tropas.
-Que los arqueros se preparen, los subiré a los acantilados y atacaran desde allí.- dijo el rey a Neo.
Éste asintió y comenzó a gritar las órdenes de Fraentos. La maniobra duró cerca de media hora, debido a la gran cantidad de arqueros que el rey disponía.
Mientras tanto, en la Tierra, Osaldras juntó sus fuerzas y un gigante castillo de piedra negra surgió en su nuevo hogar, Estados Unidos.
Lentamente Osaldras había comenzado a emanar un aura de necrostancia alrededor de él y de su castillo, por lo que la tierra se volvía infértil al mismo tiempo que la gente comenzaba a sentirse enferma y moribunda. El cielo, como solía estarlo últimamente, se encontraba gris y las nubes cargaban pesadas tormentas.
Las sombras que habían presenciado el ataque de las sirenas llegaron finalmente al castillo. Se detuvieron en la gran puerta, custodiada por más sombras y muertos vivos. Un gran puente de piedra, una gigante puerta de roble tallada minuciosamente con imágenes de muerte y destrucción, banderas rojas como la sangre con el escudo de un ojo negro penetrante decoraban la muralla del castillo de Osaldras. Al entrar, llegabas directamente a donde se hallaba el trono del Señor de las Sombras. En el lugar donde se encontraba el trono había una media torre de vitro rojo con las mismas decoraciones que en la puerta; más escenas de muerte.
A los costados de la sala, iluminada por antorchas colgantes, había mapas, planos y criaturas que cuidaban del rey. Al mismo tiempo, dos escaleras colocadas simétricamente llevaban al segundo piso, donde había más habitaciones con libros y demás cosas tan espeluznantes que sería imposible detallarlas.
El segundo piso eran dos pasarelas, también colocadas simétricamente, que llevaban a las tarimas del castillo. A su vez, se hallaban más escaleras que llevaban a la terraza, dónde una inmensa torre se alzaba. La torre era muy angosta y en su interior una escalera caracol guiaba al final del castillo, un lugar sin techo donde las nubes creaban un embudo que desembocaba en un caldero llameante. Aquél caldero permitía ver a el Señor de las Sombras todo lo que él quisiera.
Las sombras se inclinaron y alabaron a Osaldras, que impaciente, esperaba las noticias de la primera lucha.
-Mi señor, las sirenas atacaron la flota y gracias a la magia del rey usurpador, nos acabaron fácilmente.- explicó con miedo la sombra.
Osaldras se incorporó y evaporó a la sombra.
-¿Cómo es que el ángel aún cuida de él?- gritó Osaldras y el vitro entero vibró.
-No es necesario ese portal, mi señor, aún podemos llegar a Ismantos.- susurró la sombra mientras se alejaba de su amo.
-Fraentos emana un aura de antigüedad muy potente, nuestras armas no servirán en Ismantos.- dijo Osaldras ignorando el comentario.- ¿Han llegado nuestras fuerzas?- gritó.
Un séquito de sombras apareció al instante.
-Han llegado a la isla, pero no al lugar de encuentro.- chilló una sombra, con la voz fría como el hielo.
-¿Qué desea, mi señor?- susurró otra.
-Aún no tengo mi poder al máximo, vigilaré atentamente la batalla y veré como seguir.- confesó Osaldras.
Voló de su trono y traspasó el techo hasta llegar al caldero llameante. Invocó a los espíritus de la visión y comenzó a observar.
Fraentos se había colocado frente a su gente con la angustia dibujada en su rostro. Sabía que no tenía caso, pero decidió dar un breve discurso antes de comenzar la batalla.
-Hombres de Ismantos, hombres del Ángel. Ésta noche una gran batalla habrá de librarse en nuestro hogar, y es nuestro deber luchar para defenderlo. Milenios atrás un ángel nos dio la vida y hoy una sombra desea quitárnosla, bueno, mis hombres, yo no permitiré que una sombra con resentimiento acabe con lo que es mío. ¡No les pido que vayan a pelear por obligación, les pido como rey, como un amigo, como un hermano, que peleen por lo que es nuestro! ¡PELEEN POR ISMANTOS!- y entonces Fraentos apuntó su espada y un rayo de luz llegó al cielo azul, iluminando a todo Ismantos por unos breves segundos.
Fraentos se volteó montado y vio lo que se avecinaba. Una enorme legión de sombras, humanos y muertos vivos corrían a su encuentro.
-¡Por el Ángel!- gritó Fraentos. Montado sobre su lobo plateado, dirigió el ataque.
-¡Por el Rey!- gritó el Gran General.- ¡Por Ismantos!-
Y todos gritaron el nombre de Fraentos. Así fue como la gran batalla comenzó. Los bandos corrían motivados hacia la masacre, hacia la muerte.
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