Invasión
Parte 1: El Comienzo
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l sol brillaba débil aquella mañana. Las flores no perfumaban el aire, los árboles comenzaban a secarse y no había rastro de un solo animal. La gente no había salido de sus hogares, ya que el rey había ordenado el freno de trabajo. Las calles estaban vacías, salvo por pequeños grupos de guardias que vigilaban su ciudad.
El rey miraba su silenciada ciudad con nostalgia y tristeza. Sabía que a partir de aquella noche su amado reino no existirá tal y como lo conoce. Sabía que era la última noche de Ismantos. Su meditación fue interrumpida por la llegada de Neo. Éste era el Gran General de Guerra de Fraentos. Desde los comienzos Neo había combatido junto a su rey sin titubear jamás en incontables batallas. Su fama sobre “El mejor luchador” se extendía por toda la gran isla, incluso en el mundo mortal había adoptado la forma de una divinidad. Debido a eso y a la gran amistad que desarrolló con Fraentos, se le concedió la inmortalidad para defender el castillo y preparar las estrategias en caso que el rey lo necesitara.
-¿Me llamaste?- dijo Neo. Era alto, bello y fornido. Llevaba una armadura dorada, símbolo de su autoridad. Portaba una lanza de cinco metros y un escudo de su misma estatura.
-Sí. ¿Las armas fueron sumergidas en la poción? Si eso no sucede, nuestras armas no dañaran a las sombras.- dijo el rey.
-Las armas fueron sumergidas, tal y como usted lo ordenó, mi señor. Aunque ese no es el motivo por el cual me llamaste, ¿verdad?- dijo Neo.
Fraentos no se volteó para verlo, simplemente se limitó a asentir.
-¿Qué sucede?- preguntó con calma el Gran General.
-Simplemente… que no puedo creer que se acerque el momento…- dijo el rey con angustia.- La ciudad, no podré protegerla. Osaldras atacará y matará a todos, no tendrá compasión.-
-¿Qué desea que hagamos, mi señor?- dijo Neo avanzando hasta su rey.
-Lo más coherente y seguro es evacuar la ciudad, que no quede nadie.- susurró Fraentos.
-¿Mi señor? Eso es imposible… ¿A dónde iríamos?- se quejó Neo.
Fraentos lo miró a sus ojos verdes.
-Esa es tu misión, Neo, deberás encargarte de la gente de Ismantos cuando yo no este.-
-¿Cuándo no esté?- se preguntó el Gran General.
-Es una larga historia, viejo amigo. Sólo te pido que cuides a mi gente luego de la gran batalla.- pidió el rey.
-Esta noche. Por cierto mi rey, se dice que vendrán barcos humanos por el portal, ¿cómo planea defenderlo?-
-No nos preocupemos por ello, nuestra amiga Europa se encargará…- luego el rey miró al cielo azul.
Neo asintió y no hubo más discusiones por el momento. La brisa bailoteaba perezosa entre las copas de los árboles. Ismantos respiraba un aire pre-guerra. Sólo quedaban pocas horas, pues el sol ya casi desaparecía en el horizonte. Era el último atardecer.
La niebla estaba impregnada en el aire. Los barcos humanos llegaban al portal de Ismantos. Estos eran de última tecnología humana, y estaban cargados de armas de fuego y nucleares. Un marinero se acercó a su capitán en la cabina de mando.
-¿Qué pasa soldado?- dijo el capitán con indiferencia.
-Capitán, se rumorea algo sobre un posible conjuro del rey usurpador.- dijo nervioso el marinero.
-¿Qué conjuro?- preguntó el capitán.
Pero no hubo tiempo de explicaciones, pues al entrar a la zona del portal, todas las armas se transformaron en espadas, arcos, flechas y escudos. El barco se volvió de vela tal y como en la Edad Media.
-¡Maldición!- se quejaron algunos marinos.
El capitán ordenó tranquilidad y que se volviera al trabajo, haciendo que sus hombres bufaran. Más tarde, un par de marineros se acercaron a la borda al ver el mar, o al menos sentirlo, ya que la niebla impedía una clara visión.
-¿Crees que falte mucho?- dijo uno de ellos.
-Desconozco, ni siquiera sé a donde iremos.- respondió riendo el compañero.
Permanecieron en silencio durante un momento. Finalmente el primer marineo habló.
-¿Crees en las criaturas mágicas?-
Pero el hombre no tuvo respuesta alguna, simplemente escuchó un golpe seco en el suelo a su lado. Éste se giro y vio a su compañero muerto y a un tridente clavado en su corazón.
-¿Qué…?- intentó decir, pero el marinero se vio atrapado por un látigo pegajoso de algas y arrastrado al fondo del mar.
Fue entonces como las sirenas y tritones comenzaron el ataque. Los humanos no tenían forma de detener la furia de las criaturas marinas mientras éstas rompían los cascos y mataban a todo hombre sobre la borda. Fue una corta pelea, pues los barcos se hundían con facilidad y los humanos morían rápidamente; ahogados o asesinados. Los gritos desesperados llenaron el aire y la sangre tiñó las aguas. Finalmente la flota había sido diezmada.
Mientras aquella masacre ocurría, dos sombras volaban por allí y vieron todo atentamente.
-Ve.- le dijo una a la otra.- Dile a Osaldras lo ocurrido. Que no cuente con la ayuda de los humanos de América.-
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