Invasión
Parte 3: El último duelo
Era una batalla sangrienta bajo una gran tormenta. Fraentos atravesaba a todo aquél seguidor de Osaldras, convirtiéndolos en polvo, hielo, fuego o en estatuas que luego rompía. Los arqueros disparaban a discreción, generando un avance de las filas aliadas. Sin embargo, Osaldras había enviado un artefacto capaz de lanzar gigantes piedras por el aire. El rey no había notado, en el furor de la batalla, que aquellas inmensas máquinas se encontraban listas. Una sombra dio la señal y comenzaron a disparar las rocas. No obstante, antes de llegar a donde se encontraban los arqueros, las rocas se veían dispararse para los costados. Un escudo de viento se había levantado frente a los acantilados al mismo tiempo que unos tornados destruían las máquinas de Osaldras.
Neo, que se hallaba junto a su rey, dijo.
-No sabía que había levantado un escudo frente a los acantilados y esos tornados, puf, nos darán una gran ventaja.-
Fraentos aniquiló a un grupo de enemigos que venían a por él.
-Yo no fui.- se quejó dado que ya suponía quién había sido.
Fraentos voló del campo y se internó en el corazón del tornado más grande. Ahí encontró lo que menos deseaba, a Lidda. Ella era la causante del escudo y de los tornados. Fraentos, enojado, se acercó.
-¿Qué haces? ¡Lidda vuelve al castillo!- dijo gritando Fraentos.
-¡No! Puedo serte útil, ¿Por qué no puedo estar a tu lado en la batalla? Para esto me has entrenado, para defender Ismantos.- se quejó Lidda.
-No… no entiendes… ¿Qué sería de mí si caes en batalla?- dijo el rey.
Lidda mantuvo el silencio. Miró a Fraentos a los ojos.
-Ya es tarde, me quedaré y pelearé.-
Un rayo iluminó el cielo y Fraentos vio con claridad al enemigo. Legión tras legión seguían llegando a Ismantos. Humanos, sombras y muertos vivos luchaban con un fin, acabar con Fraentos.
-Bueno, quizá si seas útil. Pero permanece detrás, no soporto la idea de perderte.- susurró el rey.
La batalla seguía y nadie se tenía compasión. El bando de las sombras ganaba terreno poco a poco. Fraentos no podía hacerlas retroceder, eran demasiadas. Mi poder mengua… pensó el rey. Se sentía débil desde que aparecieron los hijos de las lágrimas. Un pequeño pero doloroso pensamiento cruzó su mente. Sin embargo, no tuvo tiempo a detenerse a pensar, las sombras ya lo rodeaban por los acantilados.
-Mi rey.- jadeaba Neo.- Nos superan en cincuenta a uno, no podremos defender esta posición mucho mas tiempo.-
-¿Dónde están los gigantes? ¿Y Dalila?- se quejó inútilmente el rey.
Un cuerno retumbó a lo lejos. Lidda, ágilmente, sobrevoló la zona y observó con esperanza la llegada de dos amigos.
Adrián y Cristian venían sobre los hombros de Yeyi mientras que detrás de ellos los gigantes corrían con sed de sangre. La tierra vibraba con las pisadas de los gigantes y el bando enemigo quedó paralizado por la sorpresa. Fue el tiempo que Fraentos aprovechó para contra atacar. A su vez, del cielo cayó una columna de agua de un diámetro gigante. Nadie entendía porque, hasta que un yeti inmenso apareció.
-Han llegado todos…- susurró Lidda al rey.
Dalila apareció sobre un yeti albino enfurecido que con un hueso gigante golpeaba a todos los humanos que intentaban atacarlo. La sangrienta batalla se reanudó con más intensidad que antes. Ahora Fraentos había recibido la ayuda necesaria para defender la ciudad.
-¡No se rindan, hombres de Ismantos!- gritaba alentando de vez en cuando.
Fraentos volaba y cegaba; Lidda creaba tornados en grandes cantidades; Dalila invocaba el poder de las aguas y gigantes olas se llevaban a sus enemigos. Sin embargo, una hazaña que hizo reír nervioso al rey, fue el pequeño descubrimiento de Cristian y Adrián. Cristian tomó la forma de un fénix, al tiempo que Adrián la forma de un golem de piedra, luego, con un rústico salto, el fénix y el golem chocaron en el aire. Un destelló deslumbró a todos y al acabar su efecto, un golem gigante de magma con alas de fuego se encontraba disparando piedras en llamas a diestro y siniestro.
Al tiempo que ocurría todo esto, Osaldras desataba su furia sobre su séquito en el castillo.
-¿Así vas a jugar, Fraentos? ¡Pues yo también jugaré así!- chilló y su voz sonaba como el hielo al quebrarse.
Osaldras se elevó con furia y enojo seguido de más sombras. Volaron a una gran velocidad y atravesaron el mar. Sin costarle esfuerzo alguno, llegó a su destino. Fraentos lo vio venir.
-Ahí viene…- susurró para si mismo.
El golem alado levantó vuelo y se enfrentó a Osaldras. Apenas pudieron disparar un poco de fuego, ya que con un movimiento del Señor de las Sombras se vieron abatidos. El impacto fue tal, que Cristian y Adrián volvieron a su forma humana al estrellarse contra los acantilados. Lidda y Dalila lo intentaron también, pero su huracán no fue suficiente para derribar a Osaldras.
-¡Bah! Ni de lejos llegan a lo que eran los espíritus originales. ¡VEN FRAENTOS, DA LA CARA!- gritó el rey de las sombras.
Fraentos voló tan rápido que ni Osaldras lo notó, simplemente sintió como la espada de los elementos lo dañaba aunque no lo suficiente como para que no pudiese pelear. Fraentos volvió atacar; Un torrente de agua rodeaba a la sombra y se convertía en hielo. No obstante, Osaldras quebró el hielo con facilidad y contra atacó. Sus garras crecieron enormemente, como si fueran espadas. Dio zarpados indiscriminadamente, pero Fraentos era tan veloz como el viento y lograba bloquearlos a tiempo. Fraentos lanzó gigantes lenguas de fuego pero Osaldras levantó su mano y lo absorbió para luego liberarlo en una explosión.
-¿Eso es todo?- se quejaba la sombra.
Osaldras había almacenado tanto poder que al tiempo que luchaba con Fraentos, enviaba rayos de oscuridad hacia las tropas de Ismantos. Así, al cabo de unos minutos, las tropas de Ismantos se vieron obligadas a retirarse.
Fraentos surcó el campo de batalla y recogió a los hijos de las lágrimas. Los elevó y con esfuerzo los llevó al castillo.
-¡Vamos! Hay que defender la ciudad a toda costa.- decía Fraentos mientras se retiraban.
Tan rápido como pudieron sus hombres, llegaron a la muralla de la ciudad. Fue en vano intentar creer que podrían defender la muralla, Osaldras la derribó muy fácilmente.
-¡Neo!- chilló el rey.- ¡Junta a tus hombres y ve al castillo!-
Las calles comenzaron a ser el nuevo campo de batalla. Osaldras hacía volar los hogares, las sombras destruían los paisajes mientras que los muertos vivos junto a los humanos acababan con los hombres de Fraentos. Las calles se teñían con más sangre y el aire ya estaba impregnado con los gritos de dolor.
Fraentos, en su último intento desesperado, se paró a la puerta del castillo, rodeado de sus inconscientes amigos.
-¡Yo, Fraentos, te invoco ángel divino, dame la fuerza para detener las fuerzas de las sombras!- gritó a todo pulmón mientras clavaba su espada en el suelo.
Entonces un escudo mágico rodeó el castillo. Los hombres de Ismantos podían atravesarlo mientras dejaban afuera a las sombras. Osaldras había llegado al castillo con un grupo de sombras. Lanzaba rayos de oscuridad, pero el escudo no caía. No resistirá mucho… pensó el rey.
Se llevó a los Hijos de las Lágrimas hacia el interior del castillo. Con desespero tomó por los hombros a cada uno para despertarlos. Le llevó unos minutos, pero finalmente lo logró.
-Despierten, sólo les pido un poco más de ayuda…- decía el rey mientras unas pequeñas lágrimas recorrían su rostro.
-Mi rey…- dijo débil Lidda.- Es muy poderoso…-
-Sí, me temo que si.- afirmó el rey.
-Al diavolo Osaldras.- se quejó Dalila.
Adrián se incorporó. Se sacudió la tierra con desinterés.
-Así que… ¿vamos a morir?- dijo con mal humor.
-No lo sé… no puedo predecir lo que Osaldras nos hará. Al menos, no a ustedes.- dijo Fraentos.
Un adolorido grupo de guardias entró a la sala del trono junto a Neo que venía rengueando y jadeando. Su dorada armadura había sido perforada por unas garras y la sangre brotaba de la herida.
-Mi señor… han…- y Neo cayó al suelo tendido.
No hubo tiempo para lamentarse por Neo, las sombras irrumpieron en la sala como una plaga. Finalmente Osaldras entró y la sala perdió su luz. Sólo se pudo oír la risa malvada de Osaldras al aprisionar a sus enemigos por el resto de la eternidad. La era de las sombras había empezado.
Fin de la parte uno.
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