domingo, 20 de noviembre de 2011

Capítulo 4

Breve viaje

Lidda, ¿están todos listo?- preguntó Fraentos.
-Sí, esperan las órdenes, mi señor.- respondió la adulada
Cristian, Adrián, Lidda y Fraentos se encontraban en el jardín, rodeados de una guardia de doscientos hombres con armaduras plateadas. Fraentos estaba de pie frente a una pequeña fuente de agua. El viento soplaba con sutileza en el jardín y todas miraban a su rey, inclusive el mismo jardín. Los árboles agachaban sus copas, los arbustos crecían unos centímetros y las flores perfumaban intensamente el aire.
-¿Y ahora?- le susurró Adrián a Lidda.
-Fraentos abrirá el portal.- respondió Lidda en otro susurro.
El rey comenzó a farfullar  un conjuro, pero no logró terminarlo pues tuvo una sacudida interna. Su visión se nublo unos segundos y cuando la recuperó solo pudo ver a una niña pequeña rodeada de un torrente de agua. Notaba como el agua se doblegaba a la voluntad de la niña. Sin embargo, la niña estaba en aprietos. Él debía salvarla o si no un mal terrible se desencadenaría. La visión terminó y Fraentos volvió a su jardín. Todo seguía igual, nadie había notado su ausencia, pero algo en su interior sí había cambiado.
 Continuó el conjuro y el portal se abrió. Un rayo de luz azul descendió del cielo. Fraentos tocó la luz y sintió un cosquilleo. Se transformó en una pequeña bolita de luz que ascendió velozmente por la columna azulada.
-El portal esta abierto.- dijo Lidda en voz alta.
Al igual que su rey, tocó la luz y se transformó. Los demás la imitaron.
Montones de esferas volaron al cielo a través del portal. Al llegar, vieron un lugar tan impresionante que no parecía posible que los humanos lo pudieran construir.
-El… Coliseo de Roma.- dijo impactado Cristian.
Los soldados se recuperaron de la impresión rápidamente. Fraentos ignoró al resto de las cosas. ¿Importaba estar en un lugar histórico? ¿Acaso era agradable saber que ahí ocurriría algo malo si actuaban con lentitud? No, debía actuar ya.
-Lidda, Cristian, Adrián, acompáñenme, debo decirles algo en privado. Capitán, formen una guardia de arqueros en la circunferencia más alta y vigilen, den la señal en caso de algo extraño.- ordenó Fraentos y no dio lugar a sugerencias.
Caminaron por el Coliseo de Roma con gran entusiasmo, excepto Fraentos, quien estaba preocupado y alarmado. Cuando llegaron a las celdas donde antiguamente estaban los gladiadores, el rey se detuvo.
-Una niña de doce años.- dijo despacio.- Una niña de doce años esta por aquí.-
Lidda logró captar el mensaje de su rey. Había entendido el por qué habían ido al coliseo. No era para destruir el portal, un ser mágico había aparecido ahí.
-Una Hija de las Lágrimas.- susurró.- ¿Por eso vinimos? No solo quieres destruir el portal.-
-No, el portal parece estar sellado. Lo sentí al llegar. No será necesario destruirlo. Pero la niña… debía venir a buscarla. – respondió el rey.
-¿Vinimos a Italia por una simple niña?- dijo Adrián.- Y yo que quería romper cosas…- y se cruzó de brazos ofendido.
-Romperás cosas, Adrián.- dijo Lidda.- Si Fraentos sintió la esencia de la niña, el Rey de las Sombras también. Vendrá a buscarla con un ejército. Todo tiene sentido…-
-Sí, Osaldras vendrá. Por eso traje a estos hombres. Sin embargo… no serán suficientes. Debemos ser rápidos.- respondió Fraentos.
El rey comenzó a buscar entre las celdas con desesperación.
-Busquen a la niña.-
Pero no fue necesario. Una niña rubia y de ojos azul marino apareció delante de ellos. Llevaba puesto un vestido de gala azul y una sirena de peluche colgaba de mano derecha.
-Tú.- dijeron Fraentos y la niña al mismo tiempo.
-Has llegado.- dijo ella. Su voz era dulce e inocente, pero seria y triste.- Te esperé mucho tiempo.-
-Mil disculpas, mi niña, pero la magia de Osaldras impedía que pudiera verte. Ahora estoy aquí, vine a llevarte a casa.- dijo Fraentos con sinceras disculpas.
Permanecieron en silencio todos, intentando ordenar sus pensamientos. Sólo Adrián tuvo valor para hablar.
-No entiendo.-
La niña lanzó una mirada penetrante al joven.
-He visto a Fraentos en sueños. Admete me contó sobre tu mundo bajo tierra.- y la niña miró a su sirena de peluche.
-¡Momento!- gritó Lidda.- Escucho algo. Hay problemas arriba.-
-Han llegado.- dijo la niña.- Han venido a por mí.- y en un instante, pareció que iba a llorar.
-No te preocupes…- dijo Cristian pero ahora notaba que no sabía su nombre.
-Dalila.- dijo la niña.
-Bien, Dalila, debes quedarte aquí, nosotros te cuidaremos.- agregó Cristian.
-Ella debe venir. Necesitaremos a todos para la pelea.- ordenó Fraentos.
Subieron tan rápido como pudieron. Al llegar, vieron un centenar de sombras sobrevolar el coliseo. En tierra, los caballeros del rey se escudaban de los disparos humanos.
-No Osaldras, si quieres guerra, guerra tendrás. Pero será una guerra justa. ¡En nombre del Ángel no habrá armas más allá de la espada, arcos y flechas!- conjuró el rey.
Entonces el cielo brilló. Los humanos que portaban armas de pólvora se quedaron atónitos al ver que en sus manos aparecían espadas. La pelea se reanudó y el chocar de espadas era lo único que se escuchaba.
Lidda dio un salto inhumano y giró sobre si misma. El viento la rodeo, creando un tornado que absorbía las sombras del cielo. Sin embargo, las sombras seguían viniendo la fuerza del tornado menguaba. Fraentos desvainó una espada de doble filo. Pero no era una espada normal, ya que despedía un halo de hielo, fuego y polvo. Un humano corrió desenfrenadamente hacia él y lo atacó. No le costó al rey esquivarlo y clavarle la espada. Lo normal sería que la sangre escapara por la herida, pero lo que sucedió fue que el humano se volvió un bloque de hielo que luego se partió en pedazos. Otro humano apareció y cuando Fraentos lo atravesó, se transformó en una antorcha humana. Y al tercer tonto valiente, lo dejó hecho un pilón pequeño de polvo.
-La espada de los elementos.- explicó Fraentos.- Adrián, Cristian, llévense a Dalila del coliseo. Huyan y no dejen de correr. Cristian, no te olvides de lo que hablamos. Cuando sea el momento, debes dejar salir al espíritu.-
Cristian asintió y cargó sobre su espalda a Dalila. Corrieron a la salida, entre gradas, pero un grupo de sombras y humanos se les interpuso. Estaban acorralados y no había salida libre. Entonces Dalila saltó de Cristian y ahí donde piso, creció un charco de agua. El agua brotó y golpeó a los humanos. Las sombras se dispersaron y escaparon volando, pero aquellas que se habían mojado terminaron congeladas y al caer, se partían.
Siamo stupido!- gritó Dalila en italiano indicando con el dedo la salida.
Siguieron corriendo, pero Cristian y Adrián estaban estupefactos ante lo que había hecho Dalila. La batalla continuó en el coliseo sin piedad durante un breve tiempo. Sin embargo, las sombras al ver que su objetivo no estaba, escaparon. La guardia de Fraentos se había reducido a un grupo de cincuenta hombres que se habían reunido en el centro del coliseo.
-¿Cómo volveremos a casa?- preguntó Lidda.
-Abriré el portal, aunque eso permitirá a Osaldras pasar más fácil a Ismantos.- dijo el rey.
-¡Mi señor!- gritó Lidda desesperada.- ¿Cómo puede pensar eso?-
-No podemos viajar hasta América y buscar el portal.- dijo Fraentos.
-No es eso, es que puede dejar un grupo que cuide el portal.- explicó Lidda, más tranquila.- Si envíe refuerzos a esta zona. Yo misma me puedo quedar y cuidar del portal.-
-Te necesito a mi lado, Lidda.- dijo Fraentos.- A la hora de la batalla. Pero es verdad, debo dejar un grupo de hombres capaces de defender el lugar.-
Al terminar de debatir, Fraentos se transformó en el viento y buscó a los hijos de las Lágrimas. Cuando los encontró los arrastró con magia hasta el coliseo nuevamente. Lidda los recibió con un fuerte abrazo.
-Que bueno que están bien.- dijo alegremente.
-No hay tiempo. Hablaremos en casa.- dijo el rey. Luego desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos.

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