domingo, 20 de noviembre de 2011

Capítulo 3

Planes

L
uego de pasar horas intentando dormir, Adrián se rindió y salió de su habitación. La observó detenidamente. Su habitación tenía el tamaño de un parque enorme. Las sierras y mesetas se adueñaban del lugar. El suelo era pasto de un intenso verde. Sano. Las nubes flotaban con pereza sobre la cabeza del joven. Le costaba creer que todo aquello fuese verdad, aún así, comenzó a deambular perdido por los pasillos.
-¿Cómo salgo de este lugar?- se preguntó en su mente.
Entonces una delgada línea brillante de color verde se iluminó a los pies de Adrián. Esta era una guía para salir del castillo pero el joven no lo supo, sin embargo la siguió. Recorrió unos cuantos pasadizos hasta dar con la entrada del castillo. El pequeño Hall de entrada estaba decorado con una sencillez delicada; mesitas de oro puro donde descansaban candelabros de cinco puntas. Los cuadros eran iguales a los del resto del castillo: paisajes hermosos y escenas de batallas. Las puertas estaban abiertas. Adrián salió y bajó los escalones de marfil. El jardín delantero contenía dos gigantes fuentes de agua. Una de ellas tenía la estatua de un ángel con brazos abiertos y la otra tenía la forma de un humano con brazos cerrados dándole la espalda al ángel.
Adrián, con cautela, atravesó el jardín y la puerta de la muralla extrañamente abierta. Miró a la luna. Era luna llena y transfería una luz plateada que palidecía la piel del joven. Este sin saber a donde ir, giró a su izquierda y se topó con el bosque. Las densas copas de los árboles cubrían de sombras al joven Adrián. Este caminó con frío y miedo a través de eternos pasillos creados por los árboles mismos.
El sonido de los grillos perturbaba al joven Adrián, incluso más que el silencio muerto. Sin duda lo prefería. Caminó centrando su mente en ello. Paso a paso, escuchando el crujir de ramas y hojas secas. Así fue todo hasta que el aire cambió. Una atmosfera depresiva rodeó al joven. ¿Qué pasa? Se preguntó. Entonces unas figuras oscuras aparecieron; las sombras.
-¿Dónde está?- preguntó una sombra con voz fría y rasposa.
Adrián no habló. Se quedó helado y paralizado debido al aura que emanaban las sombras. Intentó moverse, pero ya no era dueño de su cuerpo.
-¿¡Dónde está!?- preguntaron al unísono.
Se acercaron al joven y lo acorralaron. Le faltaba el aire y su visión se nubló. ¿Será el fin? Se preguntó. Adrián perdió el conocimiento, entonces las sombras aprovechando el momento, decidieron dar un golpe final, pero en ese momento el bosque se iluminó y ráfagas de viento azotaban a los árboles. Lidda y Fraentos aparecieron y detrás de ellos un grupo de jinetes. El rey dios lanzó gigantes bolas de fuego y Lidda creó pequeños tornados. Las sombras huyeron atemorizadas, abandonando a Adrián.
-Seguidlas y averiguad que buscaban.- ordenó Fraentos.- Lidda, ayudadme a llevar a Adrián.-
Los guardias siguieron las sombras, pero no tendría caso ya que estas desaparecieron al poco tiempo.
El rey, Lidda y Cristian acomodaron al joven Adrián en su habitación. El joven se removió inquieto por culpa de su pesadilla.
No era Adrián, lo sabía, él era una especia de espíritu que observaba una ciudad en ruinas. Las columnas de humo cubrieron el cielo. La gente huía de las sombras, de la muerte. La sangre de los caídos teñía de rojo el suelo y las paredes de las casas, algunas derribadas. La imagen era muy perturbadora, pero al instante cambió. Ahora yacía dentro del castillo, en la sala del trono. Fraentos, Cristian y Lidda peleaban juntos con ferocidad, pero sus movimientos eran lentos, su agotamiento crecía al igual que los refuerzos de las sombras. Fue entonces cuando Osaldras apareció.
-¿Realmente quieres ser parte de esta matanza? ¿Dejarás que Fraentos te lleve a tu muerte?- dijo con una voz fría y seductora. Con sus garras, rompió el sueño.
Adrián despertó y se encontró sudado. No lograba quitarse su sueño de la cabeza. Fraentos, Lidda y Cristian lo miraban con preocupación.
-¿Qué pasa?- preguntó el rey.
Con gran esfuerzo, Adrián relató su sueño con detalle. El rey asentía con la cabeza, ideando planes y estrategias futuras. La guerra era cercana.
-Fraentos.-dijo Cristian.- Osaldras vendrá, pero ni Adrián ni yo sabemos controlar a nuestro elemento, ¿cómo lo detendremos? ¿Es que acaso no debemos entrenar?-
-No, ya que nadie debe imitar la forma de combatir de su compañero. No funciona así, que yo te diga como luchar y usar tus poderes. Puedo ayudarte a controlarlos para que ellos no te controlen a ti, pero pelear… créeme que en el momento oportuno, sabrás lo que necesites saber.- explicó Fraentos.- Ahora, debo irme. Si necesitan algo, bastará decir mi nombre al viento.-
El rey desapareció y dejó a los jóvenes solos. Reapareció en su jardín, su lugar preciado. Ahí se quedó, entre los canales y bajo un sauce llorón.
Había transcurrido la noche y el sol nacía cuando Cristian llegó ante el rey.
-Mi señor.- dijo interrumpiendo la meditación.- Tengo que preguntarte algo.-
Fraentos abrió los ojos. En aquél silencio y quietud, Cristian observó detenidamente a su rey. Notó que tenía el aspecto de un adolescente de quince años, fornido y atlético. Su castaño pelo estaba despeinado y se movía sutilmente con el viento. Sus ojos marrones eran penetrantes y le daban una expresión seria a su tallado rostro. Llevaba puesto una túnica muy extraña. Por empezar, sus colores eran raros para aquella vestimenta, ningún ser se atrevería a vestirla a menos que no tuviese vergüenza. Las mangas eran muy grandes y de color azul claro, su pecho era verde esmeralda, la parte inferior era blanca e incluso de mayor tamaño que las mangas. Además, llevaba un cinturón de tela rojo sangre.
-Dime.- dijo el rey.
-Bueno… estuve dándole vueltas a la idea de lo que podría sucederme si me quedo en Ismantos.- respondió Cristian.
-Por empezar, serás inmortal al tiempo. No serás tratado de fenómeno y nadie te enviará con la NASA para que investiguen sobre tus poderes.- dijo Fraentos.
-¿Podré traer a mi familia?- preguntó el joven.
-Cristian… Ismantos no será un lugar seguro. Habrá una guerra en poco tiempo. Si amas a tu familia, la dejarás en el mundo humano.-
-Puedo protegerlos si están en Ismantos.- intentó convencerse Cristian.
-No, no podrás. Osaldras invadirá con fuerzas que creí acabadas. Los muertos se alzarán, las sombras cubrirán el cielo… los humanos matarán.- dijo el rey, susurrando la última parte.
-¿Cómo? Los humanos desconocen Ismantos.-
-Osaldras los guía… En poco tiempo recuperará parte de su poder y podrá envolver las mentes humanas, las mentes débiles, y no habrá una excusa necesaria. Atacarán Ismantos creyendo que eso es lo correcto.- dijo Fraentos con tono amargo.
El silencio reinó unos breves segundos mientras el rey planeaba una estrategia en silencio.
-Cristian, debo preguntarte, ¿recuerdas como llegaste a Ismantos?-
-Recuerdo… vagamente…- dijo el joven recordando con gran esfuerzo.- Estaba junto a Adrián, en un viaje a Estados Unidos. No se cómo, ni por qué, el barco cruzó el Triángulo de las Bermudas. Luego una tormenta azotó al barco, pero no le sucedió nada, simplemente una ola gigante nos atrapo a Adrián y a mí, que no llegamos a buscar refugio.-
-Entonces… están abiertos…- susurró Fraentos.
-¿Perdón?- preguntó curioso Cristian.
-Atravesaste el portal que yace en “El Triángulo de las Bermudas”. El portal se encuentra rodeado de un hechizo que impide llegar a Ismantos. Por eso muchos barcos se hunden y los aviones desaparecen.- explicó Fraentos.
Cristian tuvo una idea fugaz.
-¿Debemos destruir el portal?-
-No, no se puede. Pero hay otros portales pequeños. Los humanos lo saben pero lo ignoran. Ahí donde se encuentran las famosas Maravillas del Mundo, hay un portal. Debemos impedir que Osaldras llegue a ellos ya que estos no tienen protección.- Un trueno retumbó el cielo.- Lo sabe… no tenemos tiempo.- Fraentos se puso de pie.- Viento, lleva mi mensaje: “Es hora de partir al mundo humano”-

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