domingo, 20 de noviembre de 2011

Capítulo 2

Los hijos de las lágrimas

E
l  aire estaba tenso. Fraentos iba de un lado al otro dentro de la sala del trono. La sala estaba decorada con alfombras doradas, cuadros de paisajes maravillosos y colgaban arañas inmensas. Grandes columnas colocadas en fila creaban un pequeño pasillo alfombrado hasta el trono. El trono era de cristal y debido a la luz de las velas y el sol que entraba por los ventanales, hacía juegos de luces multicolores.
Los más fieles a Fraentos se encontraban contemplando a su rey deambular por toda la sala. Solo Lidda era capaz de hablarle aún sabiendo que Fraentos podría enfurecerse con ella.
-No debes preocuparte.- dijo Lidda.- Podremos con él.-
-Quizá tengas razón, ¿pero si no? No se que hacer.- refutó el rey dios.
-Si hay necesidad de pelear en una guerra,  pelearemos. Sus sombras no son rivales para nuestros hombres. Tú serías capaz de vencer a su ejército solo.- dijo Lidda.
-La guerra será una distracción, él busca lo que antaño lo desterró.- dijo Fraentos con frío en su voz.- Lidda se queda, los demás, ¡retírense!- ordenó.
Al cabo de unos pocos segundos, la sala quedó deshabitada salvo por el rey y su amiga.
-Decía… él sólo quiere las…-
-¿Quiere las lágrimas?- terminó Lidda.
El rey quedó en silencio y junto a su trono de cristal. Lidda se acercó a él con cautela. Permanecieron en silencio un breve lapso de tiempo, hasta que algo en el ambiente cambió. Las sombras generadas por las luces de las velas se hicieron densas, el aire era más pesado y una atmosfera depresiva invadió el lugar. En el centro de la habitación, delante del rey y su amiga, una sombra apareció. Era una figura débil, con garras en lugar de manos, su rostro yacía oculto debajo de su capucha dejando ver sólo su fría sonrisa. Su negra túnica cubría el resto del cuerpo, si es que una sombra lo tiene. Fraentos contuvo su expresión seria, pero por dentro estaba alarmado de pies a cabeza.
-Fraentos, viejo amigo, después de tanto tiempo…- dijo la sombra con su voz baja y serena.
-Osaldras.- respondió secamente el rey.
-¿Cuánto tiempo debajo de aquella maldita montaña? Dime, ¿Ha cambiado en algo tu vida?- preguntó divertido Osaldras.
-¿Qué quieres, sombra?- preguntó el rey con seriedad.
-Vengo a advertirte, Fraentos, he vuelto para quedarme y recuperar lo que es mío.-
-¿Lo que es tuyo?- preguntó indignado el rey.- Tú te mereces pudrirte en la montaña.-
-¡Já! No es importante lo que yo merezca. Sólo porque soy bondadoso, te daré un regalo.- dijo Osaldras aún divertido.- La maldición de antaño, aquella que prohíbe la vida mágica en el mundo mortal, ha terminado.-
-¿Por qué levantarías tu maldición?- dijo el Fraentos confundido.
-Porque sino, sería demasiado sencillo acabar con los humanos. Ve, defiéndelos, pues yo atacaré con fuerzas que has olvidado en las profundidades. Disfruta tu burbuja y a todos los que la habiten, en cuestión de días los perderás.- y dicho esto, Osaldras desapareció.
Fraentos y Lidda quedaron en silencio, shokeados. La atmosfera ya había vuelto casi del todo a la normalidad, ahora solo había una sensación de miedo. Al cabo de un segundo el capitán del ejército de plata, Enabie, ingresó a la sala junto a dos jóvenes mojados. El capitán los arrojó frente al rey y los obligó a arrodillarse.
-Mi señor, estos dos aparecieron en el agua, junto al puerto. Nadie sabe quienes son ni de donde.- dijo el capitán.
Fraentos se acercó a los jóvenes. No le costó reconocerlos, eran humanos mortales. Sin embargo, algo raro había en ellos. Le exigió al capitán abandonar la sala y no comentar nada de esto. Nuevamente se concentró en ellos. Ambos eran altos y delgados, con la expresión de confusión impregnada al rostro. Uno era de pelo oscuro y ojos negros mientras que el otro era de pelo castaño y ojos marrones.
-¡Suéltanos!- exigió el joven de ojos negros.
El rey se volvió sobre si mismo y se sentó en el otro.
-¿Por qué debería hacerlo? Cristian de Argentina.- dijo Fraentos con total naturalidad.
El joven abrió los ojos como platos, sorprendido.
-¿Cómo…?- preguntó el joven castaño.
-Adrián, de Argentina también, yo soy Fraentos, rey dios de Ismantos.-
Adrián se puso de pie y pisoteó el suelo. Una extraña vibración llegó a los pies de Fraentos. Sospechaba que ellos eran producto de…
-¿Cómo carajo sabés mi nombre? Decíme o te rompo todo.- se quejó interrumpiendo los pensamientos de Fraentos.
El rey sintió una falta de respeto tal, que invocó a los vientos y mandó a volar al joven Adrián. Cristian se quejaba y negaba con la cabeza. Fue Lidda, entonces, la que siguió con la idea del rey.
-Fraentos… no creerás que son…- le dijo en un susurro.
-Sí y no, además, no han aparecido en tanto tiempo.- dijo el rey a Lidda.
-Deberías darles una oportunidad. Tienen características especiales, lo sabes.-
-Búscalas y que nadie te vea con ellas. Osaldras esta libre, puede estar en cualquier lado.-
Lidda salió de la habitación y re apareció al segundo. Se había materializado del aire. Cristian lo notó.
-¿Cómo hizo eso?- preguntó.
El rey lo ignoró y recibió los cinco objetos más codiciados: Las lágrimas de Ángel. Sintió el poder de los elementos, cómo se veían obligados a obedecer al dueño de las lágrimas. Tuvo un segundo embriagador, pero finalmente se recompuso.
-Acércate, Cristian, pues tu vida dará un giro inesperado.- dijo Lidda.
Cristian obedeció y en silencio se acercó al rey. Se sintió raro junto a él, pero ignoró esa sensación al ver las lágrimas. Se sintió extrañamente familiarizado con ellas. Entonces, la lágrima del espíritu del fuego saltó de la mano del rey y cayó a la mano de Cristian.
-Increíble…- dijo el rey.- ¡Tú eres el hijo del fuego!-
-¿Qué qué?- dijo Cristian.- ¿Cómo que hijo del fuego?
-¿Has sentido que sientes una cierta seguridad estando cerca de este? ¿Has notado que cuando te enfadas sientes deseos de incinerar todo a tu paso?- dijo Lidda.
-Sí… supongo.- dijo confundido.- ¿Qué va a pasarme ahora?-
Nadie le respondió, pues Fraentos convocó a Adrián. Se repitió el mismo patrón. Las lágrimas descansaban en las manos del rey hasta que la lágrima de la tierra saltó al pecho de Adrián.
-Adivinaré.- dijo este, habiendo escuchado lo que Lidda había dicho antes.- ¿Hijo de la Tierra?-
El rey y Lidda asintieron.
-Desde este momento, dejaron detrás una parte de humanidad, ahora su sangre humana se mezcla con magia.- explicó el rey.- Con el tiempo podrán controlar su elemento, pues nacieron para ello. Las lágrimas los eligieron y no hay forma de cambiar su elección, no podrán escapar de su destino.-
-Deberán vivir en Ismantos un tiempo para controlar su poder.- agregó Lidda.
- ¿Y mi familia? ¿Que hay de ella?- se quejó Cristian.
-Supongo que podré traerla…- dijo el rey.- Pero mi poder, arriba en el mundo mortal, es más débil.-
Cristian y Adrián se miraron, aún confundidos.
-Los llevaré a sus habitaciones, mi señor.- dijo Lidda a su rey.
Este asintió, saludó a los muchachos y desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Al quedarse a solas con la joven los Hijos de las Lágrimas se sintieron más relajados, la presencia del rey los intimidaba. Lidda los guió a través de pasillos inmensos, con cuadros describiendo escenas de batallas, armaduras de centauros, incluso algunos retrataban momentos importantes para los humanos.
-El castillo es el centro de la isla. Aquí es donde la magia es más poderosa, pues aquí es donde nació el rey Fraentos.- explicó Lidda luego de caminar en silencio.
-¿Tu familia vive aquí?- dijo Cristian, aún pensando en aquél tema.- Digo… quizá este es tu lugar de nacimiento…-
-Sí, viven aquí, pero no soy nacida aquí. Nací en el mundo humano, en Colombia, mucho tiempo atrás.- dijo Lidda con una mueca de sonrisa.- Como ustedes, yo soy una Hija de la Lágrima.-
-¿Hija del viento?- preguntó Adrián.- Te vi desaparecer y reaparecer en la sala.-
-Sí, incluso cuando Fraentos me encontró yo ya podía controlar un poco el viento. Aunque claro… a veces él me controlaba a mí…- luego Lidda quedó sumida en un silencio muerto.
Caminaron sin comentarse nada. Finalmente llegaron al final de un pasillo con dos puertas. Una de ellas era de madera rojiza y la otra de madera de roble oscuro. Ambas llevaban decoraciones raras que ni Cristian ni Adrián conseguían entender.
-Notarán que sus habitaciones están pegadas, pero no teman, este castillo muestra cosas que no son realmente la verdad.- dicho esto Cristian abrió la puerta rojiza y Adrián la de roble oscuro.

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